A mediados del siglo XIX, un navío español, atravesaba el Atlántico a vapor. Su nombre era “el Mallorquín” y lo capitaneaba D. Juan Suau y Bennaser. Además de sus funciones de comandante de “el Mallorquín”, Juan Suau era un inquieto comerciante que montó en Cuba un negocio de anisados y otros producctos tipicos del Caribe incluyendo, por supuesto, el ron, para cuya destilación exportó a Cuba media docena de alambiques de cobre comunes en el siglo XIX.
Cuando el capitán Suau inició su aventura, del inmenso imperio español solo quedaban dos territorios, ambos en el Caribe… Puerto Rico y Cuba. Aun así extendio sus travesias hasta Veracruz,Buenos Aires, Montevideo, Santo Domingo y Haiti, ademas de sus singladuras en el Mediterraneo y el Atlántico continental europeo.
En una de sus recaladas en Mallorca se enamoró de la hija de un mallorquín vinculado quizás, desde dos o tres siglos antes, al negocio de los licores tanto en España como en América. Los papás de “la pretendida” no pusieron obstáculos al amor naciente, pero para consumarlo en el Sacramento del Matrimonio exigieron dos cosas al capitán Suau:
que abandonase su barco y sus negocios ultramarinos pues no querían tan lejos a su única descendiente. Desde un punto de vista tanto humano como histórico no parece ilógica ni la exigencia de la familia de la novia ni la decisión de Suau de aceptarla.